El Señor sabe librar de la tentación a los santos.
Una fuerza tenaz y destructiva, obra en la vida de todo creyente. La tentación es el efecto continuo de nuestra vida anterior que tira de nosotros con todos sus malos hábitos. Su objetivo es impedir que caminemos en intimidad con el Señor. La tentación en sí misma no es fatal. Pero caer en ella puede tener consecuencias graves y duraderas. La mejor manera de contrarrestarla es detectarla temprano y valientemente, tomar acción para evitarla.
Los cristianos no son inmunes a los malos pensamientos o conducta. De hecho, ya que los creyentes son de tanto valor para Dios, podemos convertirnos en un blanco más atrayente que los no creyentes. Nuestro adversario es astuto y encuentra todo tipo de maneras para tentarnos. El Apóstol Juan nos insta a protegernos en tres áreas: “…los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida” (ver 1 Juan 2:16).
- Los deseos de la carne podrían implicar la autocomplaciencia, obsesión con la apariencia física de uno mismo, o pensamientos sexuales impuros.
- La codicia de los ojos se refiere a lo que ansiamos de manera ilícita. ¡Tenga cuidado con lo que deja ver a sus ojos!
- La arrogancia de la vida se manifiesta en la arrogancia, la ambición egoísta y el progreso a costa de los demás.
No intente luchar contra la tentación solo. La próxima vez que sea tentado, clame al Señor y pídale ayuda porque “Él puede socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18). Con cada victoria, usted se hace más fuerte. Dios es fiel y le dará una salida (1 Corintios 10:13).
Evitar la tentación significa decir "no". Las pequeñas decisiones se van acumulando. ¿A qué debe usted decir "no"? Hable con alguien que le ayude a hacer las decisiones correctas.